Los argentinos estamos al borde de convertirnos en una sociedad de impostores. Aceptamos mentiras sabiendo que lo son, cada vez con mayor facilidad. Un ejemplo claro es la inflación. El otro, la educación.
En la inflación el gobierno reparte billetes. Siempre lo hizo, pero ahora, ante el riesgo de perder las elecciones, llega al paroxismo. Ha repartido 135 mil millones de pesos extra sólo entre agosto y septiembre. Por supuesto, no es dinero de verdad. Son papelitos pintados, que nos ponen en un universo paralelo de irrealidad. Somos un país pobre pero resulta que acá el Estado te paga la mitad de las vacaciones (previaje), te paga la mitad del sueldo de una empleada doméstica, te jubila a los 55 años de edad. En países riquísimos como Estados Unidos, Japón o Europa, todo eso sería inconcebible. Pero acá aceptamos la mentira inflacionaria de que esas cosas son viables.
En la educación pasa igual. El mismo gobernador Axel Kicillof, el talibán de la pandemia que expulsó a decenas de miles de chicos de las escuelas cerradas forzando una cuarentena irracional, anuncia, de golpe y porrazo, que va a repartir más papelitos todavía para que 220 mil egresados de las escuelas bonaerenses tengan un subsidio de 30 mil pesos cada uno para su viaje de egreso.
Kicillof justifica esto como si se tratara de una medida progresista destinada a lograr una mayor igualdad. Pero en realidad se les ocurrió recién después de perder las elecciones. La verdad es que es una coima a los votantes adolescentes.
El tema es bien perverso. Porque eso de “egresados” es una licencia poética: hace dos años que la mayoría de esos chicos no tienen clases normales. Sin pandemia la formación que reciben los chicos argentinos deja mucho que desear en cualquier comparación internacional, imaginate ahora.
De todos modos, todos harán la vista gorda en la evaluación y a esos chicos les van a otorgar -tras dos años de desastre- diplomas de graduación de la secundaria, certificados que dicen que han recibido una educación suficiente. Pero en realidad serán también papelitos pintados, tan degradados y devaluados como un billete de 100.