Córdoba se encuentra a horas de que se anuncien mayores restricciones como respuesta a la escalada de contagios.
Hay dos claves: qué alcance tendrán las restricciones y en qué medida las fuerzas de seguridad las harán cumplir.
El gobierno de Córdoba ha definido esas dos cuestiones como si se enfrentara al cable y rojo y al cable verde de las bombas que hay que desactivar en las películas de acción.
Es que el riesgo de no hacer nada para frenar la circulación es evidente. Pero el riesgo de pasarse de rosca con un sector privado que no da más es aún más obvio.
Los emprendedores, los comerciantes, los profesionales, los autónomos, los empresarios, los trabajadores por cuenta propia de Córdoba están al borde del colapso. La pandemia no ha sido para ellos igual que para los demás. No tienen cómodos empleos públicos a pruebas de bala con sueldos que siguen aumentando. Ellos no han recibido ayudas, más allá de un subsidio parcial a los sueldos de sus empleados. Al contrario: aún sin poder abrir o abriendo a medias, son ellos los que han tenido que sostener tanto al Estado como a sus propios empleados, a los que hace un año y medio tienen prohibido despedir.
Muchísimos lo han perdido todo: basta recorrer las peatonales de Córdoba. Muchos se han comido sus ahorros. Muchos vieron cómo su capital se redujo a la mitad. La verdad, es raro que algunos sobrevivan. En Rentas de Córdoba, por ejemplo, no observan señales de rebelión fiscal.
Para colmo están hartos de que el Estado cace siempre a los mismos en el zoológico. Igual que pasa con los impuestos. En medio de la mishiadura el comerciante del centro no puede abrir su tienda para atender a dos clientes en toda la mañana cumpliendo todas las normas, pero en las veredas de los barrios hace su agosto todo tipo de comercio ilegal.
No es lo único. Llegan al segundo confinamiento después de la paliza del primero. Y encima, ahora, la inflación viene en alza (el año pasado venía en baja) y, en el caso de empresas con planteles sindicalizados, afrontan pretensiones salariales de más del 40% (el año pasado nadie pedía nada). Frutilla de la torta: el gobierno nacional pasó de la expectativa a la decepción y el clima político se deterioró.
Por eso hay tantos nervios para decidir qué hacer. Los gobernantes nunca saben bien cuál es la gota que revalsará el vaso. Un exceso policial, un primer disidente que haga punta y arrastre a otros, una norma que parezca más ridícula que las demás... Cuatro comensales que se planten en un comedor pueden incendiar la pradera cuando el pasto está tan seco como el nuestro.