Hasta ahora es empate. En lo que va del año se armaron tres bardos grandes en el barrio. A los populistas de izquierda se les complicó Bolivia, donde Evo Morales denuncia un “golpe electoral”. A los liberales y socialdemócratas, Chile, donde una furia que aún nadie explica muy bien incendió la imagen pulcra de un país que iba para adelante. Y después está Ecuador, donde la movilización de un sector de la población puso en jaque a Lenín Moreno. Moreno es de la derecha, pero quedó al borde de la caída tratando de desarmar la bomba de subsidios populistas que dejó el bolivariano Rafael Correa. Entonces es como un empate en sí mismo. En total: vamos empatados 1,5 a 1,5.
El planteo es absurdo, pero en un mundo global e interconectado, América latina, que tan poco éxito ha tenido asociándose comercial y productivamente, parece más integrada que nunca en los incendiarios conflictos que cruzan a muchos de sus países.
Es como si la famosa grieta argentina -la irreconciliable duplicidad de explicaciones, culpas y responsabilidades, binarias y mutuamente excluyentes- que nos parte a todos nosotros en dos de golpe hubiera expandido su rajadura por gran parte del continente.
Como sucede en la Argentina con los temas internos predilectos de la grieta, todos intentan forzar los hechos de estas semanas, gorditos y redondos, en los marcos cuadrados de las teorías que más convienen a cada uno. Vamos a los ejemplos:
Cristina Fernández: todos tus muertos
Anoche, la expresidenta ya no se aguantó y salió del placard en la que la guardaron durante la campaña para aprovechar la volteada: “Mucha solidaridad con el pueblo chileno. Me llegaron videos que parecen de otras épocas. Esto que nos quieren vender como modelo de sociedad termina en lo que está pasando hoy en Chile”, dijo, con el tonito ese que ustedes saben.
Típico razonamiento de la grieta: no poder ver la viga en el ojo propio. Cristina Fernández no se enteró en su momento porque estaba bailando con Moria y Sofía Gala mientras León Gieco pedía que la muerte no le fuera indiferente, pero en diciembre de 2013, con ella de Presidenta, en Argentina se murieron 18 personas en medio de saqueos que sucedieron en varias provincias. Es la misma cantidad que anoche se cargaban en Chile sobre las espaldas de Sebastián Piñera.
Patricia Bullrich: recuerdos de la Guerra Fría
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dio a entender que la crisis en Chile es fruto de alguna especie plan, en la línea de muchos que acusan al Foro de San Pablo, un club de populistas bolivarianos que en principio no es distinto que cualquier otra alianza internacional de partidos políticos. "Piñera está en guerra. Le están incendiando medio país (…) tiene que poner orden porque lo que pasa allí no es una protesta social, sino que es una insurrección”, aseguró.
Pero hacía un ratito el propio Piñera había aparecido en la tele para pedir perdón. “Es verdad que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón por esta falta de visión”, dijo.
Diosdado Cabello: todos, menos los venezolanos
El que se pasó fue Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Constituyente de Venezuela que hace más de dos años se armó sólo para dar un golpe de Estado y quitar el poder al Congreso venezolano. En más de dos años la constituyente no escribió siquiera un borrador de Constitución, revelando su fin meramente golpista. Anoche, Cabello volvió a relamerse con los muertos chilenos y la violencia en Ecuador: “Los pueblos de la Patria Grande despiertan contra los atropellos del capitalismo y sus lacayos, los pueblos en rebeldía alzan su voz”, afirmó.
Claro: en su Venezuela acosada por el hambre y la decadencia tras dos décadas de chavismo y despilfarro el “pueblo” ya no tiene ni energía para protestar después de la feroz represión que sufrió y luego de que millones de venezolanos optaron por el exilio. No hay rebeldía porque no quedó nadie. Como ya pasó muchísimos años antes en Cuba.
Jair Bolsonaro: por las dudas, expulsemos
Otro que se descolgó fue el presidente de Brasil. Advirtió que Argentina podría ser expulsada del Mercosur si una victoria de los Fernández deriva en barreras unilaterales al comercio por parte de Argentina. "Podemos reunirnos con Paraguay y Uruguay y tomar una decisión semejante a la que se ha tomado en 2012”, dijo, en referencia la suspensión de Paraguay, luego de fuera destituido el entonces presidente Fernando Lugo.
"Sabemos que el regreso del grupo del Foro de San Pablo de la mano de Cristina Kirchner puede poner en riesgo a todo el Mercosur. Y tenemos que tener una alternativa a mano", afirmó.
Bolsonaro también parece atrapado en una visión conspirativa y paranoica, que remite a los ’60, cuando un país como Cuba, por ejemplo, efectivamente tenía los recursos económicos (provistos por la ex URSS) y políticos para inducir la violencia armada en el cono sur, como en efecto sucedió. Hoy Cuba está sin fondos, al igual que su último mecenas, Venezuela.
Evo Morales: el “golpe electoral”, una nueva
La saga es casi infinita. Pero terminamos con el presidente de Bolivia, quien ayer, muy suelto de cuerpo, denunció que los opositores de su país quieren hacerle un “golpe electoral”.
Es una contradicción en los términos. Lo explicó ayer con humor el politólogo Ignacio Labaqui: “Hace años que hago el chiste de que con tantos adjetivos que se le fueron poniendo a los golpes de Estado (mediático, judicial, legislativo), ya llegaría el día en que un político, ante un resultado electoral no deseado, denunciaría un ‘golpe de Estado electoral’. Evo no me defrauda”.
Es más: Morales denuncia un golpe en comicios organizados en base a una constitución que él escribió y que una Corte designada por él interpretó aviesamente para que él pudiera presentarse; y con unas leyes electorales, una organización distrital, un control operativo y unos escrutinios legislados, diseñados y ejecutados por su propio partido.
Si alguien está en condiciones de hacer un golpe en Bolivia, no son los opositores, sino él mismo, que detenta en los hechos una especie de suma del poder público.