El realismo mágico del chavismo ya ha dado tantos espectáculos que no sorprende más.
Para pagar una pizza hacen falta 80 billetes de los más grandes. Como si acá una pizza costara 80 mil pesos. Pero la extensa hiperinflación chavista ya no sorprende.
Para cargar nafta hay que volver a hacer largas colas. Se agota la nafta que mandó Irán en mayo y el país con la mayor reserva petrolera del mundo sigue sin poder refinar ni siquiera para su consumo interno. Pero esa insólita destrucción de riqueza tampoco nos sorprende ya.
Ayer, Nicolás Maduro hizo un esfuerzo supremo para volver a sorprendernos. Anunció que la Asamblea Constituyente, que se eligió en 2017 para reformar la constitución, será diluída en diciembre.
Lo insólito es que cerrará sin haber redactado una nueva constitución. Y más raro aún es que ni siquiera los constituyentes sabían que se terminaba. Se enteraron por la tele.
Esa asamblea fue a última farsa que liquidó a la democracia venezolana. En las elecciones legislativas de fin de 2015 la oposición obtuvo la mayoría del Congreso venezolano, con una victoria rotunda, pese a que los comicios habían estado diseñados y controlados por el chavismo.
Entonces Maduro dio un golpe de Estado y desconoció el Congreso. La excusa fue que quería reformar la Constitución y que, por ende, había que elegir una Asamblea Constituyente. La oposición se negó a participar en un proceso cuyo único fin era clausurar el Congreso. Entonces sólo el chavismo y unos partidos satélites eligieron de prepo la Constituyente, que lo primero que hizo fue tomar para sí las atribuciones legislativas del Congreso, con aval de una Justicia también controlada por el chavismo.
Todo el mundo sabía que era un verso. Que no les interesaba una nueva constitución. De hecho, nadie redactó un nuevo texto. Y que el único fin era reemplazar el Congreso: por eso la Constituyente no tenía una fecha tope y Maduro decide diluirla ahora en diciembre, porque en diciembre vence el mandato del los legisladores opositores elegidos en 2015, con lo cual el chavismo se apresta a recuperar el Congreso original, en elecciones en las que participará él solo.
Así, la gran última farsa del autócrata Maduro, acaba de caer. Queda probado que lo único que quería el chavismo era eternizarse en el poder para garantizarse que no iba a ser responsabilizados por la destrucción masiva de un país y por la corrupción serial del régimen.
Esta última farsa del chavismo nos deja una lección, justo cuando el gobierno argentino acaricia la idea de imponer no una reforma constitucional pero sí una profunda reforma judicial, para la cual no hay consenso. La mitad de la sociedad tiene elementos fundados para creer que esta reforma también es un verso: que el objetivo real es el que no está escrito en ningún lado: terminar de copar el Poder Judicial para garantizar la impunidad.
La lección de Maduro es que los gobiernos democráticos deben saber, ante todo, cuándo parar. Porque cuando cruzan la línea de lo razonable, ya es tarde para volver.