El peronismo clásico se definía internacionalmente con su famosa Tercera Posición. “Ni yankis ni marxistas” era su lema. A la salida de la Segunda Guerra Mundial, eso cimentó el aislamiento vocacional de un país cerrado como el nuestro.
Hoy el mundo es más complejo. Y Alberto Fernández ha pasado de la tercera a una cuarta posición.
Fernández claramente no es parte del grupo 1, los gobiernos de centroderecha que son abrumadora mayoría hoy en América latina que mantienen una buena relación con EE.UU., están integrados al circuito financiero mundial y, con excepción de Bolivia que aún está en una crisis institucional tras la renuncia de Evo, mantienen regímenes democráticos y republicanos.
Fernández tampoco se pega, pese a buena parte de sus votantes, al grupo 2, que integran la dictadura de la miseria en Cuba ni a los autoritarismos con fachada democrática de Venezuela y Nicaragua. Quedaría muy mal.
El único aliado al menos ideológico que podría tener Fernández sería el gobierno de centroizquierda de Andrés Manuel López Obrador en México. Pero ayer López Obrador dio por tierra con cualquier esperanza de sumarse al antiimperialismo con I-Phone del progresismo argentino. En su primer viaje al exterior, el mejicano visitó a Donald Trump y, como si nunca hubiera pasado nada, le dijo: “Quiero agradecerle a usted presidente Trump, por ser cada vez más respetuoso con nuestros paisanos mexicanos. Usted nunca buscó imponernos nada que vulnere nuestra soberanía”, le dijo a Trump, que había jurado construir un muro que pagarían los propios mejicanos. Por su peso, México, solo, es la tercera posición.
Así que a Fernández le queda la cuarta. Es el Grupo de Puebla, que reúne a políticos y expresidentes progresistas. El único presidente que lo integra es Fernández, que quiere liderar así a la izquierda populista latinoamericana. Hoy, el grupo de Puebla celebrará una cumbre virtual para festejar el primer aniversario de su creación. Y allí se destilará, se supone, otra vez, el discurso anti Estados Unidos que comparten estos grupos. La cuarta posición no es muy cómoda para Fernández, que al mismo tiempo le pide a la Casa Blanca que presione a Blackrock y los otros fondos acreedores para que acepten la oferta de Martín Guzmán y no decreten el noveno default de la historia argentina.