En Argentina cualquier mención a una reforma laboral sigue siendo anatema. Ni los políticos macristas más liberales se atrevieron a impulsar cambios en los convenios laborales de 45 años de antigüedad que rigen en casi todas las actividades. Se hicieron cuando ni siquiera había teléfonos de línea en la mayor parte el territorio. Pero ahí están, reinando en un país con 10% de desempleo, 35% de empleo en negro, poca gente en el mercado (tasa de actividad) y cantidades océanicas de empleo improductivo (en gran parte estatal).
No hay forma de probar científicamente que flexibilidad laboral sea igual a más empleo. Hay países misérrimos donde no existe la menor regulación, y eso no los ha sacado de la pobreza. Y el abismo de ineficiencia e improductividad que es la Argentina puede deberse también a otras causas que no tienen que ver con las leyes laborales.
Sin embargo, no paran de aparecer casos en los que las legislaciones flexibles coinciden con la robustez del mercado laboral.
Más empleo, más salarios
La semana pasada fue el caso de los Estados Unidos. Los datos oficiales mostraron que, entre 2015 y 2018, la remuneración promedio de la hora de trabajo creció un 15%, casi el doble del 8,6% de inflación que se acumuló en el mismo período. Es una trayectoria, que con algunos baches, se mantiene desde lejos.
Como es razonable, esto se da en un mercado donde se ha llegado casi al pleno empleo. La tasa de desempleo en noviembre fue la más baja desde 1969. Prácticamente, esa gente sin trabajo es la porción que en cada momento está cambiando de trabajo.
Hay varios indicadores para comparar la rigidez o la flexibilidad de los mercados laborales, por ejemplo a la hora del despido de personal. El de la Ocde, por ejemplo, le dio a la Argentina un puntaje de casi 2,9 puntos sobre un máximo de 3,3 (el puntaje de China, el más inflexible de todos). Estados Unidos obtuvo un puntaje de 1,3 puntos sobre un mínimo de 1,1 (el puntaje de Nueva Zelanda, el más flexible de todos los mercados). Entre los 46 países medidos, Argentina era el cuarto más inflexible; Estados Unidos, el segundo más flexible.
Emplear o adoptar, esa es la cuestión
De manera que hay pocas dudas de que Estados Unidos es mucho más flexible. Los empleadores tienen gran discrecionalidad y pocos costos para despedir. Por lo tanto, nadie tiene miedo a tomar un empleado, a diferencia de la Argentina, donde emplear a alguien se parece a adoptar un adulto de por vida. Es la diferencia entre el capitalismo y el feudalismo.
También hay una amplia libertad de contratación, con muy pocas leyes con capacidad de prevalecer sobre lo que acuerden las partes. No hay fueros judiciales laborales especiales ni industria del juicio laboral. La sindicalización es muy limitada y los convenios laborales abarcan a una porción reducida de la fuerza de trabajo, y aún así tienden a ser flexibles y a acordarse o a adaptarse por empresa.
Los impuestos al trabajo son bajos. Como contrapartida, los beneficios sociales también son muy inferiores a los de Argentina. El problema es que en Argentina esos beneficios son en gran medida teóricos: existen cuando la obra social no se corta, cuando no se congelan las jubilaciones o cuando no te toca trabajar en negro. Es más: hay beneficios como la jubilación o la obra social en la tercera edad que se reciben igual, hayas trabajado o no.
Rascistas, abstenerse
La razón de que en Estados Unidos el mercado laboral sea tan portentoso y en países como los nuestros tan raquítico no parece basarse en razones culturales o directamente racistas que suelen escucharse (“los argentinos/latinoamericanos son vagos). De hecho, según los últimos datos, el 17,5% de la fuerza laboral de Estados Unidos son latinos. Son personas a las que las leyes de su país les impide de hecho trabajar, pero que prosperan apenas se van a países donde ninguna ley fantástica los “protege”.
Es lo que sucede en países como Argentina, donde las leyes laborales son muy bonitas pero sólo pueden regir para el Estado (que esquilma a la población con impuestos e inflación y por ende siempre puede pagar salarios y no echar a nadie, independientemente de que sus empleados realicen o no un trabajo efectivo), para empresas pseudoprivadas pero reguladas o financiadas desde el Estado (y con vicios parecidos) o para empresas privadas que, sin esos privilegios, no prosperan y languidecen poco a poco. Sí, hay excepciones. Y son exactamente eso: moscas blancas. En Estados Unidos son la norma.