Esta semana algunos comercios que manejan las Fuerzas Armadas de Cuba comenzaron a vender con gran surtido alimentos, artículos de higiene y otros productos básicos que desde hace mucho no se encuentran en los demás comercios.
Eso sí: hay que pagar en dólares. Es la paradójica dolarización final de la famosa Revolución que todavía usa el antiimperialismo como bandera y al bloqueo como coartada de su fracaso.
¿Qué pasó? Bueno, Cuba debe importar gran parte de sus alimentos porque su distopía proletaria es incapaz de producir nada. Para eso, necesita muchísimos dólares. Pero tampoco tiene nada para exportar. Ni azúcar.
El régimen militar decidió entonces atraer los únicos dólares que entran a la isla, que son los del exilio. Sólo en Estados Unidos hay 2 millones de personas nacidas en Cuba. Esa gente, despreciada por el régimen como “gusanos”, por solidaridad, envía dólares a los familiares que tienen entre los 11 millones de cubanos. Es lo único que puede “exportar” Cuba: lástima.
Entonces los militares han permitido que esos cubanos que reciben remesas o que consiguen dólares por otra vía abran una cuenta en dólares en los bancos. Así, sólo quienes tienen esa cuenta, pueden comprar alimentos, en dólares, con tarjeta de débito. Para ellos habilitaron tiendas en todo el país que esta semana aparecieron super bien abastecidas y limpias. Los productos son casi todos importados. Eso sí, los cubanos que sólo tienen pesos deben seguir haciendo cola en el resto de los comercios y mercados miserables y desabastecidos. El mercado ya está haciendo su magia: hay gente que compra en las tiendas dolarizadas y luego revende en pesos a precios altísimos. El dólar ya empezó a subir y el peso a devaluarse. Obvio: cada vez sirve para comprar menos.
Los dólares físicos, quedan en los bancos estatales. Se supone que los militares los usarán, a su vez, para importar alimentos y mantener la rueda.
Se cae así la última farsa que usaban los progresistas de todo el mundo para seguir justificando el desquicio populista de los Castro. El argumento era que, si bien era cierto -más bien inocultable- que en 60 años los Castro transformaron lo que fue un país rico en una fábrica de pobreza, al mismo tiempo impusieron un igualitarismo total, lo cual era verdad.
Es decir, el extravagante mérito que justificaba transformar una isla en una cárcel era que los cubanos eran todos iguales… de pobres.
La Revolución se superó a sí misma. Los cubanos siguen siendo todos pobres, pero ya no son iguales. Ahora algunos son muy pobres, mantenidos por el exilio. Y otros son muy, muy, muy pobres, y están librados a su suerte.