Por el espinazo de los empresarios argentinos corre un sudor frío. La situación es complicada desde hace mucho. Pero lo que se ve para adelante no es muy alentador.
La demora de Alberto Fernández en anunciar para qué lado va a disparar el día que asuma -por ejemplo en si va a tratar de evitar el default abierto- ya venía bien arriba en el ranking de las dudas. Y sigue generando la mayor incertidumbre entre las empresas.
Ahora, a las generosas incógnitas se suman las incoherencias. En el mismo párrafo de la entrevista a Página12 en que Fernández dice sus aliados serán los que saben traer dólares a la Argentina, dice también que va a subir los impuestos a las exportaciones.
Pero hay más. También se va revelando cierto desconocimiento. En la misma entrevista Fernández quiere explicar la inflación otra vez por el lado de los formadores de precios y no por el descalabro fiscal, algo que a los políticos siempre les gusta porque así pueden culpar al sector privado y no a la máquina de gastar sin ton ni son del Estado que manejan ellos.
Y en eso Fernández viene repitiendo datos inconsistentes. Insiste, por ejemplo, en decir que los precios aumentan porque en la panificación, por caso, hay una concentración del 80% en un solo fabricante. Y que el 100% del mercado lácteo está en manos de dos empresas.
Son cifras absurdas. La concentración de panificados a la que se refiere es sobre pan de molde, que es apenas una parte ínfima de los panes que fabrican miles de panaderías en el que tal vez sea el mercado más competitivo del país. Es ridículo creer que el precio del pan tiene que ver con falta de competencia.
Y en la leche se ve que Fernández no va al super desde los 90. La láctea más grande, La Serenísima, procesa sólo el 12% de la leche que se produce en el país según el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina.
Quedan tres semanas para que asuma Fernández. Todavía hay tiempo de corregir de despejar incógnitas, adquirir cierta coherencia y mejorar estos libretos mediocres.
