Ayer, cuando atardecía acá en Washington, pudimos reunirnos un grupo de periodistas con los funcionarios argentinos que, encabezados por el ministro Martín Guzmán, renegocian con el FMI la deuda de 46 mil millones de dólares con ese organismo. El encuentro fue en la embajada argentina, sobre la avenida New Hampshire, en el corazón del distrito diplomático de Washington.
En esa charla quedó clara una cosa: el gobierno se niega a fijar algún tipo de plazo para un acuerdo con el Fondo.
En línea con lo que ayer por la tarde salió a aclarar el presidente Alberto Fernández, desde la máxima jerarquía de Economía se señaló: “No hay fecha, se firmará cuando estén dadas las condiciones para lograr el mejor acuerdo posible”.
Argentina necesita cerrar un acuerdo con rapidez por varios motivos. Por un lado, para dar una señal hacia adentro y hacia afuera de que el país se mantiene dentro de cierta racionalidad económica. Por otro lado, si Argentina no refinancia su deuda tendrá que ir pagando de contado cada vencimiento con el FMI -por ejemplo 1.900 millones de dólares sólo en diciembre-. Esto va más allá del FMI. Por ejemplo, el Club de París nos dio plazo hasta marzo para cobrar 2.000 millones de dólares que ya vencieron, justamente para dar tiempo a cerrar un acuerdo con el Fondo.
“¿Puede ser que se firme antes de marzo?”, se le preguntó al equipo de Guzmán. “Todo puede ser” fue la ambigua respuesta.
Guzmán y sus colaboradores también se niegan a arriesgar si hay un “porcentaje” de acuerdo ya alcanzado con el Fondo. Son optimistas porque ayer sus colegas de países del G20 pidieron al FMI que reduzca las tasas de interés a grandes deudores como la Argentina. Ese es una de las condiciones más importantes que pide Argentina. Pero nada de esto sucede con rapidez. Por ejemplo, esta posición del G20 tiene que ser firmada por los presidentes de estos países que se van a reunir en Roma a fin de octubre. Y recién entonces a ese pedido lo tratará el FMI en una reunión de directorio que ni siquiera está programada. Y allí será clave que Estados Unidos y Japón, entre otros países, acepten ese cambio.
Como se ve, nada de nada es sencillo. Y el tiempo corre.