Hay noticias chiquitas que son capaces de mostrar un mundo. Como esta: cuenta el portal especializado iprofesional que, en Rosario, apareció una desarrollista inmobiliaria que ofrece a sus clientes con actividades agrícolas una particularidad: la posibilidad de pagar un departamento o una casa directamente con granos. No sólo granos ya existentes, sino granos que aún no se cosecharon. Los primeros son el pago en efectivo, los segundos es el pago de un crédito.
Una vez que se pactan qué mercados se usarán para fijar el precio de los granos se pacta también en qué puerto o en qué planta industrial el comprador de la vivienda debe o deberá ir entregando los granos.
No es más que otra versión del trueque en la que Argentina ha recaído tantas veces. Sólo que alcanza un nuevo nivel. En la economía vinculada al agro ya hay una tradición de pagar o fijar precios en granos para maquinaria, camionetas e insumos. Pero esto de los inmuebles sube otro piso.
En el fondo, no debería sorprender. Nuestro “Estado presente”, manejado desde hace décadas por presuntos defensores del estatismo, es incapaz de cumplir una de las funciones más elementales de un Estado, que es la de proveer un bien público como la moneda. No tenemos moneda. Y, encima, nuestro Estado tiene una larga trayectoria en confiscar la otra moneda, los dólares. Una vez los metiste en el banco y te los acorralaron. Si se los prestás a alguien, capaz que un político o un juez demagogos te los pesifican. Si los invertís o los gastás es seguro que, con la contínua devaluación, no los vas a recuperar. Por eso en Argentina tenemos más dólares en billetes que casi ningún otro país, pero todos muertos, en el colchón. Congelados. Inertes para la economía de un país sin ley.
¿Y entonces? ¿Cómo hacemos para seguir trabajando? Bueno, con canje. Por ejemplo, canjear viviendas por granos. No es muy cómodo ir a pagar la cuota con un camión cargado con soja, pero es lo que hay. No es muy moderno en el mundo de las criptomonedas, las transferencias electrónicas, el imperio de la tarjeta de débito y las billeteras virtuales. Pero es lo que hay.
Como decía aquella vieja frase: “España inventó el atraso; y Argentina lo perfeccionó”. Efectivamente, no paramos de innovar.