No hay un solo día en que no quede expuesta la grieta entre kirchneristas y albertistas dentro del gobierno. Ayer hubo tres casos.
Uno es insólito. La embajadora designada en Rusia, la chavista Alicia Castro, increpó en público al canciller Felipe Solá, por haber dicho que el régimen de Venezuela es autoritario y que tiene presos políticos.
Como Argentina necesita el respaldo de Donald Trump con los bonistas, el presidente, Solá y el jefe de los diputados K, Sergio Massa, se muestran más duros con Venezuela. Y eso es inaceptable para el progresismo K. Entonces suceden cosas que nunca pasaron: una embajadora retando al canciller nada menos que en un tema que divide a los países en dos grupos: están los que apoyan regímenes autoritarios y los que no.
Pero hay más. El interventor del Enargas, el híper K Federico Bernal, detalló en un paper publicado por Econojournal un plan para no sólo seguir congelando las tarifas del gas, sino rebajarlas, con muy complicadas implicancias energéticas, fiscales y jurídicas. Pero, más allá de esto, en el sector se asegura que ese plan se elevó antes a Cristina Fernández que al gabinete de Alberto. Desde que asumió el nuevo gobierno nadie sabe bien quién maneja el Ministerio de Energía ni cuál es la política energética.
Tercer caso. El secretario de Seguridad de Buenos Aires, Sergio Berni, expone internas por partida doble. No hay día en que no dé a entender que su par a nivel nacional, Sabrina Frederic, es, para él, una inoperante. Pero también deja pagando a su jefe, Axel Kicillof, que busca apaciguar esas aguas. Berni ha dejado claro que su única jefa es Cristina Fernández, por lo que se mueve con total autonomía tanto de Kicillof como de un presidente que es, se supone, de su propio palo. Todo esto en medio de una ola de inseguridad en el conurbano pese a las ¡cinco! fuerzas de seguridad que se chocan entre sí en esa zona.
Todo esto es dramático para el Presidente. Cada día que pasa, se acrecientan dos dudas. Una, es quién gobierna. La otra, para dónde quieren ir.
