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Cadena 3

Crisis sanitaria

Nuestra mejor garantía constitucional: la inoperancia

A caballo del virus, el Estado avanza sobre la vida privada. Pero para los que sueñan con gobiernos tecnopoliciales asiáticos falta mucho. 

31/03/2020 | 08:47

Algunos exagerados dicen que la primera dictadura nació ayer en el seno de la Unión Europea. Es que el parlamento húngaro aprobó una norma que le da al primer ministro, el ultraderechista Viktor Orban, poderes especiales para gobernar por decreto durante un tiempo indeterminado. La excusa es la pandemia. Los poderes son abusivos. Por ejemplo, alguien acusado de difundir “noticias falsas” sobre el virus o el gobierno puede terminar 5 años preso.

Es un ejemplo de cómo la pandemia está siendo la cobertura para un autoritarismo creciente, una cerrazón antiglobalizadora de las economías, una revalorización chauvinista del Estado nación.

No sería justo decir que Argentina avanza en esa dirección. Pero sí es cierto que hay medidas que, justificadas o no, van en esa línea.

Desde mediados de marzo la Afip comenzó de la noche a la mañana a controlar precios y abastecimiento, algo que no sabíamos que estaba entre sus atribuciones. A ellos se suman los electrones libres de provincias e intendencias, que cierran desde supermercados a farmacias.

Imposible no ser culpable

Es una escena potencialmente psicotizante. Una empresa decide fabricar 100 unidades de un bien atendiendo a la demanda normal y lo vende a 1 peso la unidad. Luego sucede algo -una pandemia, por ejemplo- que multiplica por 10 esa demanda.

El mecanismo regulador propio del mercado es que suba el precio. Pero, en la emergencia el gobierno lo prohíbe. Aunque es injusto para la empresa (que no puede recoger los frutos extraordinarios de su inversión de riesgo), es entendible.

El problema es que, como el bien se sigue vendiendo a 1 peso, la demanda es 10 veces mayor y hay más billetes que nunca en la calle por la emisión destartalada de dinero, el producto vuela, desaparece de las góndolas.

Entonces ahí también se castiga a la empresa: será culpable de desabastecimiento. Aunque quiera no puede fabricar más de 100: esa es su capacidad instalada. No importa. Culpable igual.

Exageramos, sí. Pero uno puede imaginar diálogos plenos de enfermantes paradojas sin salida entre el empresario y el inspector de la Afip, parecidos a los que, en 1984, mantenía Winston Smith con su torturador psicológico.

El sueño de la distopía asiática propia

En 10 días hubo más de 30 mil detenidos en todo el país por violar la cuarentena, en un contexto en que gobernadores deciden como si pudieran que sus coprovincianos no van a poder regresar a su provincia. El gobierno nacional decide que miles de argentinos no regresen al país porque no puede manejar el hacinamiento de viajeros en Ezeiza pero, ¿qué pasa entonces con los detenidos en las calles?

¿Cómo es que estamos proponiendo que delincuentes con condena salgan libres para alivianar las cárceles pero detenemos a un quintero que trabaja en negro y, por ende, circula sin permiso para llevar sus verduras al Mercado Central?

Es un desorden contrictorio. El ensueño de emular a estados asiáticos tecnopoliciales no es fácil de cumplir para criollos desorganizados cabales como nosotros. Se anuncia un sistema de permisos únicos para circular que, transcurrido más de un día, nadie ha logrado hacer funcionar.

En algunos ministerios nacionales funcionarios se dan manija con la distopía del tecnocontrol ciudadano. Trasciende que preparan un sistema para identificar, a través de los celulares, quién se mueve más de 20 cuadras.

Otra vez: nuestra mejor garantía constitucional es la inoperancia de nuestros pichones de Xi Jinping. Es probable que, para cuando terminen de poner en marcha el sistema, la pandemia sea un horrible recuerdo. Eso sí: nadie nos privará de quemar dinero a las apuradas en diseños de dudosa constitucionalidad.

Todo muy meloso

Hay mucho más. No lo sabíamos, pero aparentemente la Nación puede intervenir de hecho empresas que fabrican insumos médicos. Y de golpe, ordena que vayan a la cola provincias que ya habían pagado esos insumos. Los gobernadores del presunto país federal bajan sus tacuaras de puntas redondeadas.

Por arriba, una capa melosa va cubriendo el paisaje. La enorme porción de la sociedad argentina que gusta de los hombres providenciales saluda el ropaje nuevo de Alberto Fernández.

Cae seducida por su figura crecientemente paternalista, que usa cada vez más la primera persona del singular para garantizar el empleo, recomendarle golosinas a Mirko, jurarnos que nos va a “cuidar”, calificar de “miserables” a empresariados que no nombra y decirle a Residente que la deuda externa no se a a pagar “a costa de los argentinos” (¿será que les vamos a preguntar a los chilenos si se quieren hacer cargo?).

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