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Política esquina Economía

Los progres descubren la agroindustria

El oficialismo tiene más proyectos que dólares a la hora de alucinar planes para el agro. En buenahora el neoentusiasmo. Pero ojo: hacer eso es dar vuelta el país.

11/08/2020 | 10:04

De pronto, ¡zas!, el progresismo nacional y popular tuvo en las últimas semanas una revelación: el agro y la agroindustria son (casi) los únicos que sectores que -pese a ser ordeñados sin feriados para mantener al país caro e improductivo del mate siestero- son capaces de vender algo a otros países por pura prepotencia de trabajo e inversión. Y que pueden conseguir los dólares que nadie más está dispuesto a traer a la Argentina.

El hallazgo tardío sobre el valor del “yuyo” y sus similares sobrecalienta las cabezas. En las mesas de café porteñas y conurbanitas funcionarios, punteros y piqueteros que no saben lo que es una melga sueñan con los “planes estratégicos” que podrían financiar con la renta agraria. No parecen percatarse de que el Estado que ellos colonizan ya desperdicia desde hace 20 años 68 de cada 100 pesos de renta que produce el agro (según el último cálculo de Fada).

El neoentusiasmo

En este neoentusiasmo todos se dan la paz como al final de la misa:

1- Cristina Fernández les pregunta con un mohín adolescente “¿por qué no me quieren?” a comerciantes e industriales del Consejo Agroindustrial Argentino que le llevan una propuesta: si el Estado K permite que la agroindustria respire un poquito las exportaciones anuales pueden pasar de 65 mil a 100 mil millones de dólares y se pueden crear 700 mil empleos de verdad.

2- Los ministros Felipe Solá, Matías Kulfas y Martín Guzmán arman un “gabinete de comercio exterior” para dirigir un imaginario embotellamiento de dólares tratando de entrar al Banco Central.

3- Los piqueteros capitaneados por Juan Grabois alucinan con un plan estalinista que, por supuesto, quieren manejar ellos. Parecen tecnólogos sociales que gozan en decidir dónde ubicarán a las nuevas colonias y quiénes las poblarán; donde masas gozosas de “campesinos y campesinas” segarán los campos hoz en mano.

Es una cosa entre ellos. De este festival creativo con plata ajena no participan con efusividad gobernadores, políticos opositores y argentinos del interior que hace rato saben cómo son las cosas y que hace unas semanas nomás veían a esta misma comparsa arengando la expropiación de Vicentin.

La edad de la inocencia

En buena hora que la casta estatal, urbanita, granbonaerense, subsidiada y proteccionista que hegemoniza el país descubra que, además del Gran Buenos Aires, hay un resto de país parasitado. Y que descubra que ese país apenas comienza en el agro tradicional sojero/maicero/vacuno de San Antonio de Areco que alcanza a verse desde La Matanza, porque se extiende a la madera, la pesca, el petróleo, la minería, los vinos, los limones, el arroz y cientos de economías regionales condenadas a la falta de inversiones, la infraestructura lamentable y la despoblación.

Pero esa mirada debe ser realista. Y ese realismo no se va a adquirir inocentemente.

Aldeas Potemkin. Redirigir la inversión hacia la agroindustria implica dejar de subsidiar cada vez más al Gran Buenos Aires. No tiene sentido que Grabois construya aldeas Potemkin en La Pampa si los colectivos, la luz, los trenes, el agua, las cloacas, las calles, la salud, los subsidios sociales por cualquier cosa, las universidades, la Internet y tantas cosas más van a seguir siendo casi gratis en Quilmes y carísimas o inexistentes en Ingeniero Luiggi. La gente no es tonta. Si eso no se da vueltas, ¿adónde creen que va a seguir amontonándose la población?

¿Quién se va a animar a desarmar la catástrofe demográfica del conurbano? ¿El kirchnerismo? Pellízquenme cuando suceda.

Afano de dólares. No se puede seguir confiscando a los exportadores de cualquier cosa con un dólar subvaluado cuyo beneficio a esta altura nadie es capaz de explicar, como no sea tratar de anclar las expectativas de inflación que el Estado fogonea por otro lado con la emisión descontrolada de pesos. No puede ser que los exportadores sigan siendo los únicos que corren con el costo de la única política pseudoantiinflacionaria.

No hay más. No hay más renta agraria extra para capturar. El punto es clave. Si los piqueteros quieren fundar colonias tienen aprender a usar los fondos del Ministerio de Desarrollo Social que hoy queman para financiar los hologramas de sus cooperativas y empleos. Y esos fondos deberían empezar a licitarse. No se entiende por qué se los apropian grupos piqueteros en lugar de que cualquier entidad pueda competir para usar esos fondos en la creación de empleos de verdad.

Devuelvan algo. Peor que el punto primero, hay que devolver parte de la renta agraria que el Estado se lleva a cambio de nada. Sólo así la agroindustria podrá reinvertir en tecnología, insumos, maquinaria, educación y la infraestructura que el Estado porteñocéntrico le ha negado desde que se tendieron los ferrocarriles hace 140 años. Si no, es esperar magia.

La discusión intra-agro

Hay una quinta cuestión. Los comerciantes de granos y agroindustriales que fueron a seducir a Cristina deben incluir de manera mucho más contundente a los productores primarios, que hasta ahora parecen convidados de piedra en el gran plan. Ellos son los que proveen la gigantesca base proteínica que luego otros exportan e industrializan. Y eso implica bajar retenciones y discutir para qué se usan las retenciones que queden, si es que quedan.

A un exportador de granos no le va ni le viene si las retenciones son altas o no (a menos que sean tan altas que ya nadie produzca nada). En cualquier caso, él siempre embolsará su margen.

A un industrial que procesa la materia prima, las retenciones pueden llegar a convenirle. Abaratan el precio interno del grano que él transforma en harina, aceite, carne o lo que sea y que luego exporta sin retenciones o con retenciones más bajas.

Los agroindustriales no pueden simplemente ir a pedirle a Cristina que les siga sacando plata a los productores primarios para que ellos tengan crédito a tasas negativas, subsidios y ventajas arancelarias. Eso es pedir que los productores les regalen sus industrias.

En cambio, deben pedirle que el Estado saque parcialmente el pie del cogote del agro con las retenciones. Que luego, si quiere, cocine al campo con el Impuesto a las Ganancias. A menos que el campo invierta. Ahí aparecerá, sin robarle nada a nadie, el capital nacional para potenciar la agroindustria.

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