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Política esquina Economía

La utopía de un diálogo como el del 2002

Duhalde vino cuando la crisis ya había hecho todos los ajustes. Acá el fondo no se tocó todavía. Nunca vimos "consensuar" pérdidas y resignaciones.

16/07/2020 | 08:50

Los políticos consensualistas argentinos están presos de una ilusión: quieren un pacto social y, en sus cabezas, el modelo que tienen es el de aquel Diálogo Argentino que, después del estallido de la convertibilidad, impulsó Eduardo Duhalde.

No reparan en una diferencia contundente entre los dos momentos históricos. Aquel consenso duhaldista se hizo para administrar una crisis que ya había tocado fondo y empezaba a ser un rebote. En cambio, al consenso de hoy habría que hacerlo para conducir un ajuste que, aunque nos parezca mentira, aún no sucedió. Habría que consensuar a quién hacerle los recortes que la crisis todavía no provocó. Te la debo.

Es el mismo grueso error en la lectura que Alberto Fernández ha tenido sobre la circunstancia histórica en que le tocó asumir (a menos que en su fuero interno piense otra cosa). Fernández siempre ha dicho que venía a hacer lo mismo que Kirchner hizo en 2003, cuando en realidad, si es que hay un paralelo histórico, Alberto está transitando recién el 2001.

Así era fácil

El Diálogo Argentino de Duhalde fue un interesante ejercicio de conversación que tuvo lugar cuando dos problemas graves -que la política no había sabido resolver, igual que hoy- ya habían quedado resueltos por la “magia” del mismo estallido del 2001.

1- Los salarios en dólares ya habían bajado lo suficiente para tornar competitivo a un país que se había negado a una flexibilización laboral en serio durante una década. El desempleo ya era de 18,5% e inhibía cualquier pretensión cegetista.

2- La inflación inicial del primer semestre de 2002 y la devaluación que llevó el dólar de 1 a 4 pesos también había licuado el costo fiscal del Estado (Nación + provincias), que había resistido su reforma durante la década previa y, sin poder emitir, había financiado sus excesos con endeudamiento.

La comodidad de aquel diálogo de señores que no tenían que decidir quién iba a ajustar (porque al ajuste ya lo había hecho la crisis) se completaba con un default que ya se había declarado y permitió no tener que pagar nada hasta 2005, una infraestructura de energía y servicios nueva tras las inversiones de los 90, una sociedad que todavía trabajaba y no estaba acostumbrada al clientelismo masivo, y una ola agroexportadora en desarrollo basada en agrotecnología incorporada en los 90, con precios mundiales en alza y expansión de la frontera agrícola, que podía aportar recursos flamantes porque todavía era virgen de retenciones.

Todavía estamos yendo al revés

Nada de todo eso existe hoy. Por el lado de los salarios, nadie sabe qué porción de las empresas dirigidas a un mercado interno destruido podrán seguir pagándolos. Ni cuáles serán los salarios en dólares que se podrán pagar para ser competitivos en un mundo pospandemia. Ni siquiera se habla en voz alta de reformas laborales para ganar eficiencia y eludir bajas salariales y precarización.

Al contrario: hay doble indemnización, despidos prohibidos y hasta a lo novedoso se lo legisla con ideas de los 70, como pasa con el teletrabajo.

Por el lado del fisco, nunca estuvimos peor: 2020 puede terminar con uno de los déficits más altos de la historia y, a excepción de la Provincia y la Municipalidad de Córdoba, nadie racionaliza nada. Hasta el presunto ajuste previsional de Fernández corre el riesgo de ser volteado por un fallo de cámara salteño. Y Cambiemos, ya sin responsabilidades ejecutivas, quiere volver a atar las jubilaciones a la inflación y a los salarios.

Un buen ejemplo de las diferencias es el asistencialismo: en 2002, desde el fondo de la crisis, se estableció el primer gran plan, el Jefes y Jefas, que con un gasto público licuado, se podía pagar. Hoy hemos entrado en la crisis con dos tercios de la población adulta ya subsidiada.

Quiénes contra quiénes

Quienes se quieren sentar a la mesa del diálogo no parecen tener claro que desde esas sillas hoy no podrían repartir nada. Al contrario, tendrían que decidir a quién ajustar.

Porque hoy ya estamos en una situación en la que unos ponen todo y millones no ponen nada desde hace rato.

De un lado están, agobiados desde hace años, asfixiados con la soga al cuello: el sector privado, contra el Estado deficitario; la agroindustria y otros sectores parasitados, contra la industria proteccionista y cara; los que trabajan de verdad por cada vez menos y cada vez más en negro, contra los mantenidos desde hace 20 años; la franja central del país que paga los impuestos, contra la alianza geopolítica del conurbano y las mal llamadas “provincias pobres”, que es la que los gasta.

Ojalá haya un consenso y un diálogo para conducir políticamente un ajuste que aún no tocó fondo. Es una gran oportunidad para que la clase política demuestre su responsabilidad y su capacidad para imponer lo que decida. Pero que nadie se confunda: esa mesa a la que muchos se quieren sentar no será -al menos todavía- para administrar el respiro del rebote.

Por eso, tal vez no haya diálogo alguno. O no llegue a nada. O recién se concrete más adelante.

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