El gobierno venía canchereando con que la necesidad de reducir el gasto público para evitar un desastre era una fantasía de neoliberales hasta que, en octubre, la disparada de todos los dólares lo asustó. Entonces, el ministro Martín Guzmán, sin decir la palabra ajuste para no molestar al kirchnerismo sentimental, lanzó un ajuste. El plan era (y es) subir las tarifas de todos los servicios públicos para achicar subsidios, eliminar el Ingreso Familiar de Emergencia y el subsidio a los salarios privados (el ATP), desenganchar las jubilaciones y la AUH de la inflación para bajar el gasto de Anses, endeudar al Estado en dólares y en pesos para dejar de emitir dinero trucho como dementes.
Muchas de estas cosas que Guzmán pidió para este diciembre en su cartita a Papá Noel dependen del kirchnerismo en el Congreso. Otras dependen de que las firme el presidente.
Aunque el ministro no dio precisiones, su presunto viraje a cierta ortodoxia, junto a la perspectiva de un acuerdo con el FMI que comprometiera al Gobierno con sus propios anuncios, ayudó a calmar la cosa.
Pero pasan los días y Santa Claus sigue sin cargar el regalo al trineo. El presidente ya pateó para marzo las subas de tarifas, que quedan cada vez más atrasadas por la inflación. No sólo eso: los gobernadores están reclamando subsidios al transporte urbano que hasta ahora Fernández le había regalado sólo a Axel Kicillof. Y reabrir los interurbanos va a demandar más subsidios aún.
En Diputados ya hay rechazo a tragar el sapo. Algunos se niegan a avalar el doble engaño a los jubilados: por un lado, hacerles creer que el 5% de aumento en diciembre es ganarle a la inflación; por el otro, hacerles creer que hay dos aumentos (uno en diciembre y otro que se va a dar en marzo) cuando en realidad será uno solo y un trimestre quedará para siempre sin actualizar.
La CGT por su parte le planteó ayer al presidente que es necesario mantener el IFE y el ATP. Mientras, los bancos avisan que, si Guzmán quiere seguir tomando prestado, debe pagar más tasa de interés.
Hasta ahora, el Congreso dominado por los K sólo empezó con dos ajustes: uno, al sector privado, con el llamado impuesto a los ricos; el otro, al gobierno de Rodríguez Larreta, quitándole el 60% de su coparticipación. Pero el resto del paquete, clave para las credibilidad de Guzmán y eludir un tortazo inflacionario, todavía ni entró a la chimenea.
