Las fisuras entre el cristinismo y el albertismo empezaron a quedar expuestas en un muy mal momento: justo cuando el gobierno de Fernández necesita profundizar el ajuste para reacomodar la economía. Lo peor es que Fernández necesita que el ajuste comience a verse, porque si no difícilmente podrá reestructurar la deuda en los términos en que él lo desea.
El kirchnerismo ya comenzó a presionarlo para que Fernández atropelle a la Justicia para garantizar la impunidad de exfuncionarios investigados en causas de corrupción, incluida Cristina Fernández y su familia. Y además empezó a exhibir internas en la muy sensible política de seguridad.
En el plano económico también se abrió un precipicio. En Cuba, Cristina Fernández dijo que Argentina no va a pagarle ni un centavo al FMI antes de que termine la recesión y consideró que también debería imponerse una quita a la deuda con el FMI, algo prohibido por los estatutos aprobados por los socios, entre los cuales está Argentina.
Fernández debe ver esto cada vez con más nerviosismo. Porque necesita que a partir de esta semana el kirchnerismo no saque los pies del plato y le ayude a imponer el ajuste.
Esta tarde sabremos si el gobierno logra tomar deuda para, con esos pesos, pagar el jueves 100 mil millones de pesos que vencen. Si no consigue eso, las opciones que va a tener son dos: emitir ese monto, equivalente al 6% de la base, recalentando la inflación y el dólar, o defaultearlo, patearlo para adelante. Ninguna es agradable.
El miércoles, el ministro de Economía Martín Guzmán va al Congreso a explicar su plan de ajuste, ese que Fernández hasta ahora, dice insólitamente que no quiere mostrar.
Ese mismo día viene la misión del FMI, que también quiere definiciones sobre cómo hará el gobierno para ahorrar y pagar a los acreedores si estos aceptan un nuevo acuerdo.
Y esta tarde Kicillof se sentará con otro kirchnerista como él, el jefe del sindicato docente Roberto Baradel para que los salarios de los maestros dejen de estar atados a la inflación. Esta mañana Fernández ratificó esa esa la receta ortodoxa que va a usar para frenar la inflación, junto a la reducción del gasto público vía la reducción real de las jubilaciones mayores a la mínima.
Siempre se dice que los nuevos presidentes tienen al menos 100 días de tregua, durante los cuales los opositores bajan sus críticas para permitirle que se acomode. Los 100 días de Alberto parecen estar terminando los 60 días. Pero no son los opositores los que están empezando con los empujones. Son los kirchneristas. Y lo están haciendo en una semana crucial.
