Los datos de la última encuesta de la Unión Industrial Argentina son un baldazo de agua fría para las esperanzas de que salgamos de la crisis con el menor daño posible.
Según esos datos, en julio, pese a la flexibilización de la cuarentena, casi dos tercios de las empresas mantuvieron caídas de su facturación mayores al 25% respecto de los niveles prepandemia. Como ese, hay numerosos datos para la desesperanza y pocos para el entusiasmo.
Encima, esto agarra a las empresas con aumentos de costos por la pandemia (transporte, prevención, licencias laborales) y más endeudadas (debieron pedir prestado o atrasarse con impuestos y proveedores para vadear estos meses).
Al frente no sólo tienen la crisis. Hay cosas de las que ni se habla, pero que van a comenzar a saltar. Por ejemplo, los sueldos. En muchos sectores ha transcurrido más de un semestre de inflación sin actualizaciones. Esos sueldos deprimidos, que por un lado las empresas apenas pueden pagar, no sirven para calentar un mercado interno deprimido.
¿La salida podría ser la exportación? Eso quiere el gobierno. Pero también es una ilusión. Los sueldos en pesos bajos son, aunque parezca mentira, altos para exportar. El exportador argentino recibe 70 pesos por cada dólar que exporta. Por lo tanto, ese dólar barato es el parámetro para comparar los sueldos. Entonces, medido con ese dólar ficticio pero real para los exportadores, los salarios argentinos en blanco son, según la consultora Orlando Ferreres, casi el doble de los salarios brasileños, el único mercado importante adonde la industria argentina puede mojar la medialuna.
Con el mercado interno deprimido y a la vez inflacionario, el mercado externo inalcanzable y falta de dólares para importar los insumos necesarios para producir, las industrias argentinas se encuentran frente a un estrecho callejón por las cuales pocas van a poder pasar.
