La devalución de hecho, el desdoblamiento cambiario de pecho y el cierre total del cepo cambiario decidido de golpe el miércoles ya había sido de por sí suficientemente negativo.
Las decisiones se tomaron horas después de que los máximos funcionarios del gobierno dijeran que no iban a hacer nada de eso. Y agravó las dudas: ¿cómo vamos a salir de la recesión si no hay dólares para importar? ¿qué van a hacer las empresas privadas que quedaron sin acceso al dólar para pagar deudas afuera sin caer en default? ¿si no es en el dólar, en qué se van a refugiar los millones de argentinos que ya no pueden comprar divisas para tratar de proteger sus pesos de la inflación?
Es difícil recordar que haya habido un cepo cambiario tan estricto y múltiple en la Argentina. La sensación es que, después de esto, no quedan más tranqueras que cerrar. Y que si las reservas del Banco Central siguen sin resucitar, entonces el gobierno tendrá que ensayar algo completamente distinto. Por eso, la incertidumbre y la desconfianzas generadas el miércoles fueron tantas.
Había sólo algo peor que cerrar el cepo como lo hicieron. Y era hacerlo mal. En forma desordenada, sin prever los mecanismos, sin dar certezas de que las nuevas restricciones, aunque duras, regían y funcionaban. Bueno, no lo hicieron. Ya van cuatro días en que, en los hechos, hay un feriado cambiario no declarado en la Argentina. Y nadie sabe por qué. No hay certezas. No se pueden comprar ni vender divisas, ni siquiera de acuerdo a las nuevas y estrictas reglas. La razón que se aduce es que los bancos no tienen los datos de la Anses y de la Afip que necesitan para saber si pueden o no permitirle a cada cliente que compre dólares de acuerdo a los nuevos límites.
Pero a la explicación le falta carne, para el hambre de confianza que tenemos los argentinos en estas horas. Y de hecho, insólitamente, el Banco Central no se ha dignado a dar una versión oficial sobre lo que sucede, mientras aumenta el dólar blue, se derrumban las acciones argentinas, sube el riesgo país, caen los bonos y el acuerdo con los bonistas ya es apenas un recuerdo.
