La Argentina está a menos de 24 horas de entrar de pleno en su noveno default. Mañana vence el plazo que el ministro Martín Guzmán les dio a los bonistas para que aceptaran su cuarta propuesta, que hasta ahora tuvo un muy bajo nivel de adhesión. Y, hasta ahora, el gobierno ha dado a entender, no ampliará ese plazo hasta el 28 de agosto.
Por eso, los funcionarios ya van abriendo el paraguas, porque este será un fracaso estruendoso. El default fue una de las pocas cosas sobre las que Alberto Fernández dio precisiones en campaña. En campaña y después de ganar dijo que Argentina debía pagar y evitar el default.
La pandemia no es mucha excusa. Porque cuando Guzmán se durmió, lo agarró marzo sin los deberes hecho y saltó la peste, en el gobierno muchos dijeron que la pandemia podía llegar a facilitar un acuerdo porque para los acreedores una tasa baja como la que ofrecía Argentina de pronto iba a ser muy tentadora comparada con las tasas de casi cero que la pandemia impuso en buena parte del mundo.
El fin de semana el gobierno volvió a abrir el paraguas. Guzmán, en entrevista con Página12, dijo que al final el default no implica un abismo por no resolverlo ya ni implica una panacea si se resuelve ya. Haberlo dicho antes. Nos hubiéramos dedicado a otra cosa.
Por las dudas, Guzmán dijo otra cosa sobre la que por supuesto los entrevistadores no le repreguntaron. Dijo que el default empezó en abril de… 2018. Es raro. Porque se supone que el propio Guzmán está trabajando desde el año pasado para evitarlo. El relato, como se ve, no descansa.
