Política esquina Economía
14/05/2020 | 13:11 | El dólar sigue su rumbo porque nunca se mostró un plan, por el riesgo de default y porque el coronavirus desbarató todo. Pese a Fernández, no hay malos.
No es muy original. Pero el poder, ante una realidad que se obstina en obedecer la ley de gravedad, se ha puesto a buscar culpables.
Alberto Fernández lo hizo con el dólar, que a 133 pesos el blue, instaló el único tema capaz de competir con el coronavirus, aunque ambas cuestiones están íntimamente ligadas.
El presidente culpó a los sospechosos de siempre: los especuladores. Dijo que no hay ningún “argumento lógico” para la presión sobre la divisa y lo vinculó a la negociación para evitar el default. Sin duda ese punto suma a la incertidumbre. Pero Fernández lo planteó como una conspiración, un cuentito para chicos. “Los acreedores tienen cómo molestar en la economía interna”, dijo.
Para más dramatismo, sumó a los vendepatria de adentro, que siempre están abonados en las fábulas nac&pop: “Tienen mucha gente en Argentina que actúa al servicio de ellos”, dijo. (Cuando habla de los malos Fernández nunca dice “ellas y ellos”).
La verdad es que no hace falta fabular tanto. Hay presión sobre el dólar porque, desde la última gran devaluación -cuando el oficial alcanzó los 60 en octubre- Argentina fue incapaz de contar qué pensaba hacer (Fernández rechazaba el ajuste macrista que había logrado un endeble equilibrio fiscal pero nunca mostró un plan) y el ministro Martín Guzmán demoró (tal vez con razón) la negociación con los acreedores.
Ya antes del coronavirus había quedado claro que el gobierno de Fernández no iba a ser muy original: subía impuestos y le daba a la maquinita para no tener que tocar lo más sagrado que tiene la Argentina: las corporaciones estatales, el clientelismo y la campaña electoral permanente que se sostienen con el gasto público. Es el Partido del Estado, que nunca ha dejado de mandar.
Después, apareció el coronavirus. Y en ese marco, tanto el gasto público como la negociación de la deuda se fueron de control. Y acá hay que aclarar una cosa: ante una crisis como la del coronavirus, con una cuarentena extrema y larga como pocas y un país debilitado por 12 años de inflación y ocho años de recesión, Fernández hizo y hace lo que puede. Culparlo sin más sería caer en el mismo simplismo que él pretende venderles a los incautos.
Pero no hay que engañarse. Emitir pesos sin límite y mientras se cierra el cepo cambiario a su versión más extrema -incluso con un tipo de cambio desdoblado- tarde o temprano va a crear un desbalance brutal: toneladas de pesos de un lado y un fajito de dólares del otro. Rige la ley de gravedad.
El derrumbe de pesos, tarde o temprano, es inevitable. Salvo que el gobierno los saque del mercado, cosa que no permite la crisis del coronavirus y para la que, tal vez, un gobierno K nunca tendría la convicción necesaria. Porque implica algún tipo de ajuste conducido políticamente, de frente, asumiendo lo que se hace frente a los votantes.
Y los gobiernos populistas han elegido, siempre, los ajustes brutales por inflación y devaluación. Esos ajustes parecen que fueran una catástrofe natural. O, en todo caso, siempre se puede culpar a los sospechosos de siempre.